lunes, 15 de julio de 2013

A.S.I.: CUANDO LOS TIENEN QUE CUIDAR, LASTIMAN

La mayoría de los ataques ocurren en la casa, por un familiar o conocido. Tres expertos afirman que los chicos siempre tratan de contar con palabras o en sus juegos lo que está pasando. Cómo diferenciar los comportamientos sexuales exploratorios de los que están intentando manifestar un abuso. 





La mamá deja al nene bañándose con dos amigos del jardín y se va a terminar la comida. Escucha risas, chapoteo, voces: sonríe. Escucha como por arriba, para ver que está todo bien. Hasta que llega a su oído la palabra “pito”. “Ahora te toco el pito yo”, le está diciendo su hijo a un amiguito. Corre al baño como loca, en la puerta se para a decirse que son chicos, que no pasa nada, que tienen sexualidad, entra, interrumpe el juego con cualquier excusa. “Vimos cómo una señora se lo hacía a un señor”, explica el nene al otro día, cuando hablan y la mamá estrena su tono más sereno para no sucumbir, para no contagiar, el pánico: ¿Dónde “vimos”? En el jardín. Fulanito llevo una revista. Ahhhhh, Fulanito se la debe haber sacado al papá, no pasa nada… ¿O sí? ¿O está pasando algo en el jardín?

Los chicos no son asexuados, enseñaron el doctor Freud y el psicoanálisis hace más de un siglo. Pero el fantasma del abuso sexual infantil hace que la sexualidad de los chicos quede relegada al olvido y cada señal sea interpretada siempre como una mala señal. En el último año crecieron las denuncias de abuso en los jardines y escuelas. Los medios de comunicación machacan uno y otro caso poniendo en alerta a los padres y las madres: “Ahora las familias registran si hubo un tipo de trato en el jardín de infantes compatible con el abuso sexual pero también hay quienes ponen bajo sospecha cualquier conducta que la criatura tenga sin poder diferenciar si es una práctica por el descubrimiento de su sexualidad, o si esto implica que haya habido un manoseo por parte de quienes están en el jardín”, explica en la sobriedad de su despacho la doctora Eva Giberti. La coordinadora del programa Las Víctimas contra las Violencias, que depende del Ministerio de Justicia de la Nación, es también una de las voces más autorizadas sobre el tema y pionera en el estudio de la psicología de los chicos y de las familias.

No es tan fácil para las familias diferenciar las prácticas normales de un chico y las prácticas que deben llamar su atención. Pediatra y jefe de la Unidad de Violencia Familiar del hospital Pedro de Elizalde, Javier Indart es generoso para volcar su experiencia: “No es lo mismo una actividad exploratoria y que genera placer que aquella situación que puede pasar con un chico que desnude a otros, o que se masturbe en cualquier lado”. Y da ejemplos: “Los juegos de consenso como el conocido ‘jugar al doctor’ donde los roles son intercambiables están bien, son exploratorios. Todas las situaciones que el chico hace en privado y que no interfieren ni con el rendimiento escolar ni con su cotidianidad son una respuesta más o menos adecuada para chicos y chicas. Ahora bien, si el chico permanentemente busca estímulos es que algo le está pasando. Cuando la preocupación es exclusivamente sexual, eso es lo que nos tiene que llamar la atención”.



La figura de abuso sexual infantil resume una lista de maltratos sexuales hacia los niños, niñas y adolescentes por parte de un adulto o de un adolescente: violaciones, manoseos, presión para que el chico toque los genitales del adulto, conductas exhibicionistas, masturbarse sobre el cuerpo del menor. Para Eva Giberti la definición es rotunda: “Cualquier forma de contacto buscado por el adulto para generar placer en la criatura, o para generar placer para sí”. No se puede alegar, agrega el doctor Javier Indart, el consentimiento del chico: “El abuso sexual infantil es un acontecimiento o varios acontecimientos que viven los niños, las niñas y los adolescentes en los cuales son sometidos a una serie de actividades sexuales, que no comprenden plenamente y que, por lo tanto, no pueden dar su consentimiento explícito. Tienen que ver con actividades y deseos de los adultos”.

En el aula

 La seño de inglés recibe a los chicos después de las vacaciones de invierno: “Cuando volvió de las vacaciones mi alumnita entró corriendo al aula, me abrazó y me dijo: mi papá me toca y me hace cosas que no quiero. Enseguida le pregunté –no lo podía creer, me puse tan nerviosa–: ¿Cómo te toca? ¿Dónde te toca? ¿Cómo si tuvieses lolas?”.

En la escuela, la suerte de los chicos está librada a la maestra y a la directora que les tocó, porque en general son las primeras las que empiezan a observar que el chico está raro. Su rol es fundamental porque el chico puede confiar en ella si no encuentra en el entorno familiar a nadie que le dé confianza. Giberti señala: “La maestra está con un dolor de cabeza porque se lo va a tener que decir a la directora y dependerá de que la directora no le tenga miedo a la inspectora para hacer la denuncia, porque va a ser llamada como testigo. Entonces la maestra puede  tener alguna conversación discreta con la mamá, pero resulta que si el papá está en la cuestión y la mamá es como si no se diera cuenta, la maestra tiene que ser prudente, muy prudente”.

Contra lo que se supone, los chicos no guardan el secreto. Buscan la forma de llamar la atención sobre lo que les pasa de la manera en que mejor les sale, algunos lo pueden decir con palabras, otros lo dibujan, lo juegan con muñecas o con los autitos. Otros cambian bruscamente de actitud, en la casa, en la escuela, no quieren que los bañen, que los toquen, tienen retrocesos como volver a hacerse pis o caca en la cama, se ponen violentos o sumisos: lo dicen.  “Los chicos lo cuentan –explica el pediatra–. No siempre verbalmente, pero sí con el cuerpo, con trastornos del sueño o de la alimentación, con enfermedades y trastornos de la conducta.

“Cuando un chico nos cuenta que ha sido abusado lo importante es salir de la crisis propia para poder escuchar al niño y hacerle preguntas abiertas”, dice Indart. “Un ejemplo sería pedirle: ‘Contame qué pasó’, utilizar más o menos las palabras textuales de la criatura, preguntarle tranquilamente ‘¿Me querés contar algo más?’. Hay que escucharlo, contenerlo, creerle, no minimizar los hechos. Y después, consultar a alguien especializado porque es necesario hacer un diagnóstico.”

En el consultorio

Para poder establecer un diagnóstico cuando hay sospecha de abuso se efectúan una serie de evaluaciones. El equipo que toma la denuncia suele contar con psicólogos especializados en niños. Con ellos tendrán primero un tiempo de juego, después se facilitará el relato, le harán preguntas y probablemente habrá algún tipo de dibujo. Otro paso obligado es la evaluación pediátrica, ver si en el cuerpo del chico hay algún tipo de signo, alguna lesión a nivel de sus genitales o alguna actitud en las conductas que pueden manifestarse en la revisación.

“Un ejemplo se da con los chicos de 3 o 4 años. A esa edad son pudorosos, cuando este pudor no aparece y hay una actitud sumamente pasiva al ser revisado, es un indicador a tomar en cuenta porque no es una conducta esperable a esa edad”, explica Indart.

A esta batería de exámenes le siguen las evaluaciones sociales, ver cuál es el comportamiento en la casa, con otros integrantes de la familia y también fuera de la casa, por ejemplo, hay que ver si en la escuela no se detectó un cambio brusco en la conducta.
“Cada uno de estos aspectos son fichas de un rompecabezas, tienen que encajar perfecta y armónicamente para que podamos ponernos de acuerdo y validar lo que inicialmente fue una sospecha”, afirma Indart.

El peligro, en casa

El diagnóstico y la investigación de la denuncia se hacen aún más complejos porque es imperioso cuidar que el chico esté fuera de todo riesgo de ser revictimizado. Por este motivo, si la persona sospechada es alguien del entorno familiar tendrá que ser preventivamente separada de la vida cotidiana de la víctima. Y esto sucede en la mayoría de los casos, porque alrededor del 70 por ciento de los abusos suelen darse entre las paredes de la casa. Que el lugar donde el cuerpo del nene o de la nena, o del adolescente, debe ser más protegido y cuidado también suele ser el lugar donde es más terriblemente vulnerado.

Los profesionales coinciden en que los abusos contra chicos y adolescentes provienen de tres ámbitos distintos. La mayoría son abusos intrafamiliares entendidos a partir del concepto amplio de familia, el conjunto de personas unidas por lazos afectivos cotidianos y no solamente sanguíneos. En segundo lugar, por alguien del entorno social del chico, en ámbitos educativos,religiosos o sociales. Y por último, por parte de un extraño: la forma menos común es la que, erróneamente se imagina como la más frecuente. En este último caso con el abuso aparece también el uso de la fuerza física, a diferencia de los anteriores en los que el método más frecuente es la seducción.

“El 70% de los abusos son intrafamiliares, el 20% se producen en el entorno social y sólo una pequeña minoría son abusos de extraños”, ratifica el pediatra. Así como “abuso sexual infantil” es una forma suavizada de la intolerable palabra “violación” a secas, “intrafamiliar” también es una manera de diluir un porcentaje que hace temblar toda la estructura de la familia nuclear.

En un trabajo realizado por la médica forense Virginia Berlinerblau sobre una muestra de 315 casos de niños y niñas entre 2 y 18 años, se encontró que el 45,7% de los abusadores eran los padres, el 15,2% los padrastros, el 9,2% otros familiares, el 27,3% conocidos de la víctima y sólo el 0,25% fueron desconocidos. Las estadísticas están realizadas sobre un 73% de víctimas niñas y un 27% de niños. Otra característica que diferencia el abuso intrafamiliar del efectuado por extraños es que la situación tiene una dinámica progresiva.  Alguien de la familia no va a empezar violando, porque eso implicaría el uso de la fuerza física. Empieza con caricias, insinuaciones, tocamientos, frotamientos y, eventualmente, puede llegar a la violación. Cuando el menor ha sido víctima de penetración hay que despejar si el responsable es un extraño o si el abuso intrafamiliar avanzó hasta este punto.




Sin embargo, es importante tomar en cuenta que la inmensa mayoría de los casos de abuso no llega nunca ni a la evaluación médica ni a la justicia. Según el juez federal Carlos Rozanski son sólo el 10% y de estos menos del 2% tienen sentencias favorables
a las víctimas. Es muy difícil probar el ataque, los chicos se sienten intimidados, si piensan que no les creen comienzan a reelaborar los hechos hasta llegar a negar la denuncia inicial: “Es una situación de lo más perversa. Hay que ver cómo la Justicia valora las pruebas, esto que está asegurado por la Convención sobre los Derechos del Niño, el derecho a ser escuchado, muy pocas veces sucede. A los chicos se los desvaloriza en cuanto al poder y el derecho que tiene a ser escuchado”, opina Indart. Una violencia institucional que se suma a las anteriores.




Fuente: Redacción Z -  Por Valentina Herraz Viglieca

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