martes, 10 de diciembre de 2013

EMPODERARSE EN EL BARRIO EN CLAVE DE EDUCACIÓN POPULAR

¿Cómo se apropia la educación popular del enfoque de derechos? ¿Cómo interpela esta perspectiva a las diversas personas que participan en organizaciones sociales relacionadas con otro modo de pensar los procesos educativos? Estas son algunas de las preguntas disparadoras con las que comenzamos a pensar cómo hacen política hoy las jóvenes mujeres en la zona Reconquista del conurbano bonaerense, para poder delinear las actividades que dan forma a la práctica y trascienden aquella retórica que queda en la academia y en el papel.




Después de la última dictadura militar, de los ‘90 y el neoliberalismo característico de la época, surge en nuestra región un nuevo paradigma: otro modo de ser joven, una educación diferente y prácticas en general innovadoras en las formas de hacer política y de organizarse. A su vez, comienza a hacerse escuchar el enfoque de derechos que propone la realización de éstos, en lugar de la satisfacción de necesidades básicas, con prácticas centrales que apuntan a la participación y al empoderamiento de todas y todos.

En este contexto, hoy la educación popular crea espacios en los barrios, en los que se suceden debates, reflexiones y construcciones de saberes que apelan a rever roles, estructuras e instituciones. La perspectiva de género, al complejizar la reflexión acerca de prácticas y conocimiento y al hablar de desigualdad, permite discutir también todas las relaciones de poder.

Graciela Morgade -doctora en Educación y profesora adjunta del Seminario Educación, género y sexualidades de la Carrera de la Educación de la dest1chaherUniversidad de Buenos Aires- explica al respecto: “Las formas tradicionales de pensar al poder en general lo colocaron en un registro violento, real o fantaseado, alguien tiene poder cuando puede sacarnos algo que queremos, hacernos hacer algo que no decidimos hacer, etc. Es una manera de pensar al poder que tiene raíces muy profundas. Tradicionalmente también, la autoridad fue pensada como un reconocimiento, pero también como apoyada en la distancia y la diferencia jerárquica. Los feminismos han venido pensando el poder desde otro lugar: el lugar del colectivo, en el cual las diferencias no se profundizan con la distancia sino con la conexión entre iguales con responsabilidades o trayectorias distintas”. Educación popular y enfoque de género tienen este punto común: desarmar binarismos, y tensionarlos, para generar nuevas herramientas en este nuevo paradigma; y también, destacando el último planteo de Morgade, proponiendo el lugar del colectivo. Tensionar, por supuesto, suele generar respuestas y reacciones que no tardan en aparecer sobre la superficie.





La realidad cotidiana en el territorio en el que estas experiencias se inscriben se cuela en todos los intersticios. La voz de las y los protagonistas es la que permitirá visibilizar experiencias y profundizar análisis, con el fin de dilucidar nuevas formas de militancia social que se apropian de la perspectiva de género y que generan continuamente herramientas y contenidos para la transformación de la realidad en la que se insertan.

Esas voces son hoy las de las jóvenes mujeres que participan cotidianamente en los Bachilleratos Populares La Esperanza y Cobijo Urbano, ubicados en el Barrio Libertador del partido de General San Martín, en el conurbano bonaerense, en las afueras de la Ciudad de Buenos Aires. Un territorio caracterizado por asentamientos surgidos en los ‘90 alrededor de un barrio obrero que ya existía décadas antes, con mayoría de inmigrantes y, por sobre todas las cosas, un barrio de casi cien mil habitantes donde sólo se va a dormir, porque todo debe hacerse afuera, en la parte céntrica del distrito, ante la falta de escuelas, fábricas, hospitales, etc.

En busca de una definición perdida

La política fue silencio en los últimos ´70 y ´80, y una mala palabra en los ’90 en Argentina. Hoy hay muchos modos de hacer política, pero aún cuesta definirla a partir del consenso.

“Para mí la política es algo necesario para nuestra libertad, la mayor arma que tenemos para hacer valer nuestros derechos”, precisa Érica, de 27 años, estudiante del último año del Bachillerato La Esperanza. Sin embargo, aunque ella no presenta dudas para explicar el término, acepta que no es “algo bien visto” en general, “acá en el barrio [los políticos] aparecían solo con promesas y no cumplían nada”. Ante esta diferencia en la representación de la política en el territorio, aclara: “Mi forma de entender la política cambió desde que participo en una organización social como el Bachi” (así se le dice al Bachillerato Popular, como una forma de apropiación del espacio).



Dana, profe del “Bachi”, a punto de recibirse de trabajadora social con 25 años, agrega: “Yo fui a un colegio religioso, pero sabía que no me interesaba la caridad sino la transformación de la realidad por medio de la promoción de derechos. Cuando empezás a meterte te das cuenta que se necesitan recursos, y que la política pasa a ser una herramienta que permite prácticas emancipadoras. Por eso me sumé al Bachillerato Popular, para trabajar en el territorio, y ahí te encontrás con muchas opiniones diversas sobre qué es la política. Es cierto que el paradigma cambió, sin embargo esto no se da de un momento a otro, por eso yo creo que estamos en un tiempo en el que conviven dos paradigmas diferentes: las prácticas del paradigma anterior todavía son muy recurrentes en las instituciones y entre los profesionales, y obviamente también pasa esto en las opiniones de las diferentes personas. Recién ahora empieza a hacerse más popular la idea de que hay militancia social, no partidaria, por ejemplo”.

Muchas personas modifican su mirada con respecto a la política a partir de la participación. En la práctica se da casi en todos los casos, en algunos dest3chaherhasta es inconsciente: afirman que la política no les importa pero están trabajando en autogestión, en talleres barriales, “y ahí te das cuenta que hubo un cambio que todavía esa persona no puede expresar por medio de palabras”, suma Dana. Ante la pregunta ¿qué actividades realizan en el bachillerato?, Sole, estudiante de La Esperanza, comenzó a hablar de su curso de alfabetizadora, y de que encontró un espacio donde escribir y mostrar todo lo que tenía para decir. Inmediatamente, ella y sus compañeras, entusiasmadas, empezaron a contar cómo se participa de la construcción del espacio: “Tenemos que levantar paredes, poner ventanas, colocar vidrios, hacer la electricidad… cada persona pone sus conocimientos y saberes y todos y todas vamos haciendo y levantando la escuela, los viernes por la noche, los sábados, y en vacaciones”. En este espacio pareciera no existir la división sexual del trabajo:  “A veces se cree que las mujeres tenemos que cebar mate o hacer tortas fritas mientras los hombres trabajan, pero acá nada que ver… se trabaja en conjunto, nosotras sabemos de electricidad, y de muchas otras cosas, y trabajamos todos juntos”. Porque autogestión no significa sólo realizar un festival, una rifa, un campeonato de truco, sino construir los espacios, con donaciones, con lo que hay en casa y con el compromiso y el sentido de pertenencia. A su vez, se profundizan los vínculos con otros actores del barrio, como las cooperativas, que participan también en la construcción, con materiales o con fuerza de trabajo.

Incluso, la gran mayoría tiene experiencias de participación en diferentes iglesias (principalmente la evangelista, pero también Testigos de Jehová y cultos africanos; la iglesia católica tiene una representación menor en el barrio); es común que sean, por ejemplo, “las mujeres de la iglesia” las que primero se suman a todo tipo de actividades de participación, sin comprender que están haciendo militancia, justamente porque cuesta ver el objetivo colectivo y por delante de éste se interpone la caridad.

Daiana, de 22 años, profesora del Bachi y vecina del barrio, aporta: “Creo que la gente en su totalidad siente que la política se divide en el gobierno de turno, el cual maneja una realidad, y la oposición, con su verdad. Entonces las personas se manejan de manera conformista ante la realidad que vive cada una, diciendo ‘podemos estar peor’”.

A partir de la idea de “conformismo” surge la práctica concreta, y todas coinciden en plantearla como una lucha permanente ante políticas públicas ausentes, en pos de la toma de conciencia de que somos todos y todas protagonistas, que merecemos que nos escuchen, que portamos y construimos cultura.

Aunque la educación popular parezca hasta aquí uno de los modos de enfrentar algunas problemáticas tan típicas del hoy (la necesidad de visibilizar las voces, de comprometerse y participar en el barrio), obviamente se enfrenta con diversos obstáculos: la ausencia en el hogar y la ruptura de la lógica privado – público (porque se abandona el primer espacio y se empieza a tomar el segundo, a partir además de la apropiación del “Bachi” como “un lugar personal”), y la violencia en sus múltiples representaciones, sumándose todas las complicaciones burocráticas y la falta de recursos.

Desde este tipo de organizaciones se propone, por ejemplo, la alianza con las familias (buscar a padres, maridos, madres, hijos e hijas) y entablar vínculos, generar actividades de socialización, invitar a eventos, etc; sin embargo muchas veces las propias mujeres no aceptan esta integración porque “el Bachi” o la organización es SU lugar. No hay recetas para sortear conflictos, y por eso se hace camino al andar, aunque sin perder de vista el debate colectivo que delinea la práctica.

Mujer, estudiante y militante

No hay nada que se destaque más a la hora de pensar el enfoque de género en la educación popular que la mayoría de participantes mujeres. ¿Por qué son las mujeres las que deciden terminar sus estudios secundarios y por qué los varones son la minoría en estos casos? Ellas en general plantean que los tuvieron que postergar ante la maternidad, y que necesitan el título por el tipo de trabajo que quieren tener el día de mañana. Muchas asisten a clase si pueden hacerlo con los chicos. Algunas se sinceran y comentan que necesitan salir de la casa, porque tienen inquietudes y curiosidad de relacionarse más con el “afuera”, pero que sigue siendo “dentro del barrio” en este caso.

Daiana, después de pensarlo un poco, propone: “Hay más mujeres en los espacios educativos para adultos porque los hombres son obreros que salen desde sus casas muy temprano y pegan la vuelta cuando está por acabar el día. De esta manera, los hombres principalmente quedan al margen de la educación, no pueden elegir, tienen horarios rotativos, están siendo oprimidos por este sistema capitalista donde el poder dominante es cada vez más notable y no te deja pensar, ya que cada trabajador piensa sólo en poder llegar a fin de mes a duras penas para cubrir algunas de las necesidades básicas que se presentan”. En esta observación surge un problema: se trabaja para que seamos y nos entendamos como sujetos y “sujetas” de derechos, y no para satisfacer necesidades básicas, pero cuando éstas aun no están cubiertas, el camino se hace más largo y complejo.

Con respecto a las mujeres jóvenes y sus problemáticas, Daiana comenta: “Problemáticas de género vi muchas, y de maneras diferentes, desde un grito hasta casi el límite extremo. La comunidad del barrio adhiere a la sociedad patriarcal de siglos, donde la mujer solo puede quedarse en casa, ser la mejor chef y cuidar a sus hijos. Simplemente, como hay muchas mujeres que por miedo a represalias no dicen nada, hay otras que se revelan y hacen lo que realmente quieren. Creo que este cambio rotundo que se necesita para combatir estas problemáticas, en primer lugar se va a lograr con asesoramiento, vínculos, maneras de ayudar a quien lo necesite y de esta forma concientizar que la lucha de género se gana y es posible. La educación popular puede ser útil con el solo hecho de ser disparadora de ideas relacionadas a estas problemáticas, desde un taller hasta generar debates donde se puedan desnaturalizar relaciones de violencia”.

Silvia, estudiante y vecina de un barrio un poco más alejado, que llega al espacio educativo en bicicleta con sus hijos e hijas (la mayoría de las mujeres vienen con su prole y sólo de esta manera pueden asistir a clases y a las actividades), ya tomó una decisión: “Volví a empezar de cero, soy madre soltera, salí de una situación muy dura, de una prisión, donde fui golpeada, humillada y rebajada a la nada misma… un marido golpeador. Hoy puedo hablar y escribir y pensar y sentir que soy alguien más. Hoy me está costando mucho pero ellos (los compañeros y compañeras del bachillerato) no nos dejan de buscar y nos dan esas fuerzas y esas ganas para seguir en la lucha, y yo por mis hijos vuelvo al jardín si fuera necesario para que no se sientan solos nunca más y para evitarles tantas cosas que no tendrían que haber pasado por el error de los grandes”.

Es importante que salgamos del lugar de la culpabilización individual, para pensar en problemáticas sociales, consecuencia de condiciones planificadas, que perduran y se enquistan en democracia cuando el Estado se ausenta o sólo responde burocráticamente, y reproducidas por una sociedad que suele –y muchas veces prefiere y elige– ver sólo un recorte de la realidad. Morgade comenta al respecto: “Esta cuestión excede, y en mucho, a la cuestión de género. Se trata de construir una mirada sobre los procesos cotidianos que recupere la contextualización social, política y cultural de las prácticas.  La construcción social del cuerpo se comprende cuando se comprende también que aun en nuestras prácticas más íntimas están presentes los mensajes que nos dieron nuestras familias, nuestra escuela, nuestro medio”. 

Se vuelve una necesidad trabajar y reflexionar sobre  prácticas y experiencias que se relacionan también con la incidencia que practican diariamente organizaciones sociales y la sociedad civil. La participación y el empoderamiento sólo se afianzarán cuando se trabaje en las políticas públicas en conjunto con quienes hacen el territorio y lo habitan: si el paradigma cambió, es necesario entender de qué modo, qué rol cumplió y están cumpliendo las instituciones, cuáles son las inquietudes reales de esas mujeres que se acercan a los espacios educativos, qué tipos de procesos de participación y organización transitan. Y qué obstáculos atraviesan mujeres y varones, que dan cuenta muchas veces de la distancia entre leyes, discurso y realidad.

Este artículo es parte del proyecto Relatos sobre jóvenes, realizado por la Asociación Civil Comunicación para la Igualdad con el apoyo de la Fundación Friedrich Ebert. 

FUENTE: COMUNICAR IGUALDAD - Por Alejandra Chaher

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