NUEVA YORK:603 millones de mujeres viven en países donde la violencia doméstica todavía no es un delito.
Es tal la violencia que se ejerce en contra de las mujeres y de las niñas que a estas alturas, por todo lo que he vivido, leído y escrito, más lo que me han contado, me convenzo de que se trata de una perversa rutina, un círculo que se debe romper.
Estudios y acciones para detenerla, frenarla y “curarla” son bastos, ante el ‘YA BASTA’ que las mujeres reclamamos, no sólo todos los días, sino cada segundo de esos días, porque cada vez que el segundero se mueve ocurre un acto de violencia.
Los golpes hacen que las pieles sangren, que duela y que dejen una enorme cicatriz, pero, por desgracia, esa es sólo la cicatriz visible y bien puede esconderse detrás del maquillaje, de la cirugía, incluso. No sucede así la cicatriz que queda en el interior de la personalidad, en lo que llamamos el alma, porque esa es más difícil, si no es que imposible, de borrar.
Es cierto que en prácticamente todos los países se implementan acciones y hasta se cuenta con leyes que intentan reivindicar a las “víctimas”, señalando castigos ejemplares para los maltratadores, violadores, contra los feminicidas.
En esta capital financiera del mundo, nada es diferente de lo que ocurre en cualquier pueblo, barrio, favela, colonia, pedregal, o zona residencial, aún en un palacio o casa presidencial. Las historias de actos de violencia contra las mujeres son, en todos las partes del mundo, en todos los casos, un hecho lastimoso.
Peor aún, esa violencia, en la mayoría de las ocasiones, proviene de la persona que una ama y que, en muchos casos también, dice amarnos. Mi historia, seguramente, no difiere en mucho de las tantas que he difundido a través de mi trabajo periodístico o que he apoyado para que se denuncie en tribunales.
Hace unos días, previo a la celebración mundial del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia en contra de la Mujer, el 25 de noviembre pasado, la Organización de las Naciones Unidas urgió a todos los países miembros a terminar con esa pandemia.
‘Debemos de combatir la sensación de miedo y de vergüenza que castiga a las víctimas que ya han sido objeto de un delito y posteriormente se enfrentan al estigma que ello representa. Son los autores del delito los que deben de avergonzarse’, aseveró Ban Ki-moon, secretario general de este organismo.
Los números que se manejan de este mal, que lo convierte en un círculo rutinario contrario al de los amores, son; 7 (siete) de cada 10 (diez) mujeres siguen siendo víctimas de violencia física y/o sexual en sus vidas. Y 603 millones de esas mujeres viven en países donde la violencia doméstica todavía no es un delito.
La titular de ONU Mujer, Michelle Bachelet, indicó que al día de hoy, en 125 países se tienen leyes que tipifican la violencia doméstica como delito, avance significativo a una década. Pero esto, digo yo, no es suficiente, como insuficientes son también los recursos monetarios que se otorgan para romper ese círculo rutinario de la violencia.
El pasado 7 de noviembre, el Fondo Fiduciario de Naciones Unidas sólo destinó ocho millones de dólares para programas de lucha en contra de la violencia de género. Y hay subsidios para sólo 12 iniciativas locales, en 18 países, para las mujeres y las niñas que viven en situación de conflicto, post conflicto y transición.
Por primera vez, Libia es uno de los países que se beneficiará de este subsidio. Igual sucede para Malawi, en Papau New Guinea. Y es de destacar que para estos programas se contó con el apoyo económico de África, Latinoamérica y Países Árabes.
Existe, por tanto una situación de urgencia económica para contrarrestar la escalada de violencia que se ejerce contra niñas y mujeres en el mundo. Prueba de esto son las 2.210 solicitudes que recibió ONU Mujeres este año.
El dinero que se requiere para poner en marcha todos esos proyectos es de $1.1 billón de dólares y sólo se logró obtener menos del uno por ciento del dinero requerido: $8.2 millones de dólares.
Esas cifras revelan todo lo que cuesta y todo lo que falta por hacer para romper con ese círculo de violencia rutinaria que vivimos las mujeres y las niñas en todos los rincones del mundo. Sin embargo, queda claro, que la demanda mundial por detener la violencia contra las mujeres carece de apoyo sustancial de las autoridades, de las leyes, y muy en especial de quienes abusan de su poder.
Sin embargo, ante ese despiadado que golpea, que insulta, que cicatriza el alma, de una u otra forma se le tiene que poner un alto. Un ¡se acabó! Un ¡no más!
Ban Ki-moon insiste que ‘son los autores del delito los que deben de avergonzarse’ y yo le añado que, además de avergonzarse, también deben pagar por el daño causado.
Foto: Archivo AmecoPress. - Por Leticia Puente Beresford
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