viernes, 14 de diciembre de 2012

EL DERECHO DE LA PAZ


Hace  dos años  el Premio Nobel de la Paz fue otorgado a tres mujeres líderes; dos de ellas africanas –la Presidenta liberiana Ellen Johnson-Sirleaf, y la activista por los derechos humanos liberiana Leymah Gbowee -, quienes junto a la ambientalista Wangari Maathai de Kenia –que recibió el premio en 2004-, son tres de las quince mujeres que han recibido dicho premio a lo largo de toda su historia. Considero sumamente significativo y auspicioso este dato. Sin duda, las tres galardonadas reflejan en buena medida, a través de sus luchas, una parte importante de las preocupaciones del género femenino: los procesos de paz y la defensa del medio ambiente.
En dicha ocasión, tuve la convicción que esa era una señal en torno a algunas temáticas que las mujeres no podíamos seguir delegando a manos de los hombres. Sólo involucrándonos más y más en las cuestiones en torno a la paz mundial, podremos seguir avanzando y profundizando algunos –sino todos-  los logros alcanzados por las mujeres a lo largo de estas últimas décadas.

Cada vez que las mujeres abordamos el gran tema de la violencia contra nosotras, observada ésta desde lo íntimo o familiar, surgen inevitablemente esos otros dos ámbitos  que los tienen como responsables al Estado por la falta de diligencia o cuidado que debe brindarnos en lo interno de cada uno de nuestros países, y el relativo –especialmente- a la violencia sexual que se ejerce contra las mujeres y las niñas durante los conflictos bélicos. He aquí un haz de cuestiones que tienen como vector a la violencia –lo doméstico, lo público y los conflictos interestatales o intraestatales de carácter bélicos-.

El derecho a la paz es un derecho básico, sin él  los demás derechos son muy difíciles de alcanzar, cuando no, directamente son suprimidos. Sin paz la vida en nuestro planeta podría decirse que es aún más dura y difícil para las mujeres, sino fuera porque en verdad, somos las primeras y las últimas víctimas: cuando se desarrolla la guerra en nuestros territorios si sobrevivimos debemos soportar todos los padecimientos físicos y anímicos de la contienda, con el agravante de luchar por la vida de nuestros hijos; y aún más, somos objeto de  violación,  maltrato, y crueldad por parte de los contendientes –la violencia sexual se hace presente con toda crudeza e impudicia en la guerra-.

Mi percepción e ideal como mujer activista de los derechos humanos, me lleva a afirmar que no es posible vivir en un mundo sin violencia, si no trabajamos fuertemente por el derecho a la paz.

Pero esa paz, no sólo debe ser entendida como ausencia de guerra. Un mundo que nos tiene de protagonistas en la vida de nuestras familias, y en la de nuestras naciones y regiones, en la economía, en el derecho, en las ciencias, en fin, en todas las actividades en las que estamos presentes, y en muchas otras en las que deberíamos estar, debe ser un mundo con justicia y con equidad. Pues no alcanza con esto decir si no nos pagan lo justo por nuestro trabajo, si nos quitan el producido de nuestra faena, si no tenemos acceso a la educación, si se nos niega la asistencia sanitaria, si se nos imponen modos de relación con el hombre que perpetúan su dominación sobre nosotras, si somos vulneradas en nuestro derecho a decidir qué hacer con nuestro cuerpos, si no se nos asiste y se nos niega el derecho a evitar intromisiones arcaicas en nuestra propia humanidad, que nos dañan, nos mutilan, nos desgarran la carne y el alma, sin importar nuestro deseo y nuestros sentimientos.

El trato que la última dictadura dio a las mujeres en nuestro país -algunas mientras estaban presas, y otras que estuvieron en cautiverio y luego las desaparecieron-, demostró, a partir del juzgamiento a los genocidas, que fue especialmente cruel con ellas.  De tal modo,  debió pasar mucho tiempo, hasta que los tribunales nacionales, tomando los principios del derecho internacional declararon que los ataques sexuales sufridos por las víctimas en el marco del terrorismo de Estado eran delitos de lesa humanidad. Y singularmente  fueron  mujeres –madres y abuelas- quienes enfrentaron más ostensiblemente el poder omnímodo de esos saqueadores del poder popular.  Hoy la justicia ha sentado en el banquillo de los acusados a esos gobernantes fratricidas  e impone castigos ejemplares, mostrando al mundo que el Derecho es el arma más eficaz para combatir la violencia.

El mantenimiento de políticas de colonialismo sigue siendo un tema pendiente en el mundo actual. Así como nosotros con el tema de Malvinas, y Cuba con el despreciable bloqueo que soporta, muchas otras naciones en el siglo XXI todavía padecen las consecuencias de esta política de sojuzgamiento, prepotencia y desmesura de aquellos países llamados centrales o dominantes en la vida de otros pueblos. Por eso, nosotras, mujeres juristas, debemos hacer un llamado unánime para la desocupación de los territorios bajo dominios coloniales, haciendo que los países que se llaman a sí mismo democracias ejemplares del primer mundo, devuelvan esos territorios a sus verdaderos dueños, permitiéndoles su pacífica emancipación.

Muchos países han conquistado su independencia recién en la segunda mitad del Siglo XX; en esas luchas de liberación, la mujer ha tenido un lugar protagónico, y a partir de ello ha comenzado un proceso de empoderamiento, que aún no concluye. África es un ejemplo de ello. Mucho es lo que sus mujeres han logrado, mucho es lo que han conquistado, mucho es lo que han tenido que trabajar para alcanzar y consolidar las logros propios de vivir en países recientemente emancipados.

En el mundo global existen mecanismos que operan en contra de los pueblos ; me refiero a aquellas otras formas en que se revela el capitalismos salvaje y financiero: restricciones al comercio, impuestos desmedidos e inequitativos, el negocio mundial de las patentes a los medicamentos, y a las patentes a la innovación tecnológica, y como no podía ser de otro modo, la proliferación nuclear, y el armamentismo como gran negocio a nivel mundial, por citar algunos ejemplos, constituyen modernas formas de dominación y sometimiento, que conspiran contra el desarrollo equilibrado, justo y razonable  de la vida en nuestro planeta.  Y naturalmente, contra el derecho a la paz, como fundante de los demás derechos a los que aspiramos no sólo las mujeres sino toda la humanidad.  El sistema mundial es patriarcal, se asienta en la desigualdad, en la discriminación y en la explotación de la mujer, principalmente, sin perjuicio de otras poblaciones vulnerables, que también padecen estas formas de sometimiento. Y contra ese sistema debemos alzar nuestra voz y dirigir nuestras acciones como mujeres juristas.

La guerra moderna no necesariamente se expresa a través de las armas; existen otras formas que singularizan similares consecuencias que las derivadas de los conflictos armados.  Pero todas ellas exhiben las mismas consecuencias: la injusticia y la desigualdad, la falta de alimentos, la ausencia de asistencia médica e insumos para combatir enfermedades, algunas de carácter epidémico o endémico, la imposición de mano de obra barata, condiciones desiguales de contratación entre mujeres y hombres, niños y niñas condenados al trabajo esclavo, desplazamientos forzados, campamentos y asentamientos, etc..

He aquí, el tremendo dilema, al que nos enfrentamos en la actualidad. Podemos preguntarnos si faltan los cuerpos jurídicos, las normas y disposiciones que nos permitan vivir en paz y con dignidad, preservando los bienes y distribuyendo equitativamente las riquezas de la tierra. Todo ese plexo normativo existe en buena medida. Lo que falta es la voluntad, falta la decisión política de quienes con una visión androcéntrica de la sociedad, conspiran contra el destino de la humanidad en este planeta. Luego, tengo para mí que  falta ese giro copernicano que sólo está en nuestras manos como mujeres que se produzca: es necesaria una revolución feminista.

En este sentido, y como parte de un programa de acción en esa dirección, creo fundamental tener en cuenta los siguientes temas:

Este año se cumplen 30 años de la Cedaw ese magnífico instrumento contra todas las formas de discriminación contra la mujer, con el cual  mucho hemos logrado y del cual mucho más aún podemos esperar. Debemos utilizarla conjuntamente con su Protocolo,  como herramienta de defensa y garantía de nuestros derechos, y denunciar su violación en los foros mundiales, además del resto de los instrumentos que conforman el derecho humanitario, procurando la sanción a aquellos Estados que incurran en responsabilidad internacional.

También se cumplieron los diez años del establecimiento de la Corte Penal Internacional que ha venido trabajando intensamente en el juzgamiento de los crímenes de genocidio, lesa humanidad y crímenes de guerra, habiéndose incorporado los hechos de violencia sexual como delitos autónomos en el Estatuto de Roma. Asimismo el tribunal Penal para Ruanda, para la Ex-Yugoslavia y por último el tribunal Especial para Sierra Leona, son ejemplos de instancias internacionales que juzgaron y condenaron la violencia sexual. Todos estos estrados alumbraron una jurisprudencia que ha ido señalando un camino que los tribunales nacionales deben tomar y aplicar. Se impone la tarea de difundir estos fallos y su doctrina, procurando la aplicación y observancia en el derecho interno de nuestros países.

Debemos continuar difundiendo y profundizando, y haciendo el  seguimiento de la Resolución 1325 (2000) del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, en todo lo allí dispuesto en tanto no sólo incorpora la perspectiva de género en las operaciones de mantenimiento de la paz, sino en aquellas cuestiones que tienden a preservar a las mujeres y las niñas de los efectos de los conflictos armados , y después de ellos, y en suma reconociendo la necesidad de capacitar al personal destinado al mantenimiento de la paz asignando especial énfasis en la comprensión de las necesidades especiales y los derechos humanos de mujeres y niñas.

Para concluir quiero recordar a la Premio Nobel de la Paz de 1992 de nacionalidad guatemalteca Rigoberta Menchú Tum, cuyas palabras me han inspirado mucho más que los libros de historia o de derecho, mientras preparaba estas líneas.  Al recibir su galardón,  ella expresó que para alcanzar las más altas aspiraciones de justicia en el mundo había que luchar por un mundo mejor, sin miseria, sin racismo, con paz, y abogaba entonces por una solución justa y pacífica en los países que padecen guerras internas, por el restablecimiento de la democracia en aquellos países que carecen de gobiernos legítimos y populares, por el cumplimiento de los acuerdos de paz, por el respeto de la soberanía de los pueblos, por el respeto de los derechos y la democracia como sistema de gobierno donde ella está ausente. Su legado nos habla de una paz  que le dé coherencia, interrelación y concordancia a las estructuras económicas, sociales y culturales.

Así entiendo el derecho a la paz, por eso  me ilusiona imaginar que en el tiempo por venir este derecho nos envuelva y nos agite tanto como sea posible, para seguir produciendo los cambios que las mujeres necesitamos en este mundo.


*Norma es Abogada, Secretaria General de la Asociación Argentina de Mujeres de Carreras Jurídicas, Consejera Internacional ante la FIFCJ.

FUENTE: ADS

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