El aviso “Perdón por buscar el roce en el bondi” de la cerveza Schneider minimizaba la violencia sexual en el colectivo que conocen todas las mujeres y sufren especialmente las niñas.
Una página de repudio en Facebook cosechó más de 5000 adhesiones y logró que se levantara la campaña. El año pasado alrededor de 100 mujeres llegaron a denunciar esa forma de violencia que se expresa en manoseos o apoyos. Las formas de defensa son el escrache, el grito y la solidaridad en un camino de ida y vuelta que propone dejar de aguantar.
“Es como si tuviéramos que agradecer a la vida que no fuimos violadas, sólo un poco abusadas”, dice Majo, que un 23 de diciembre, de hace seis años, a sus 20 años, iba al cumpleaños de una amiga y se tomó el tren Sarmiento, en la estación Ramos Mejía.
–Mientras esperaba el tren en el andén, donde había muchísima gente, había un hombre que me miraba mucho todo el tiempo. Cuando llega el tren, me acerco a la puerta para subir y el tipo se me pone atrás apoyándome un poco. En ese momento pensé que era sin querer, porque la gente empujaba para subir. El tipo me empezó a tocar la pierna, casi un roce. Cuando ya se hizo más evidente que no era sin querer, le metí un codazo y dejó de tocarme. No obstante, y adelante de toda la gente, el tipo empezó a masturbarse. Yo no lo veía, pero notaba unos movimientos extraños. Estaba muy asustada y no podía moverme porque no había lugar. No podía creer que fuese real, pensé que estaba equivocada, porque creí que si alguien lo estaba viendo iba a decirle o hacerle algo. En un momento sentí mojado mi vestido. Me bajé del tren llorando, asustada, sintiéndome culpable por no haber reaccionado, por haber desconfiado de mí más que del tipo, indignada con los pasajeros que vieron lo que el tipo hacía y que no movieron un pelo –recuerda.
“Perdón por buscar el roce en el bondi”, se reía el cartel de la cerveza Schneider en las publicidades de las paradas de colectivo. La propaganda era tan indiferente a esa sombra que se asoma en la espalda de una mujer que no sabe quién y cómo está detrás de ella en un transporte que generó indignación y tuvo que ser levantada. La bronca sulfuró algo más que la corrección política. Traspasó la fibra íntima de las mujeres que (casi todas, si no todas) vivieron, sufrieron algún roce, en el colectivo, el tren o el subte o padecieron la duda, la incertidumbre, el ahogo o la ira, el grito y la razón al defenderse de un hombre que se aprovecha del amontonamiento para abusar de la cercanía de los cuerpos y traspasar su filo.
Los abusos cotidianos sobre el cuerpo mordido de las mujeres acostumbrado a estreñirse, esconderse, contraerse, estar en guardia son una forma de abuso. Incluso, el apoyo en el colectivo o la tocada en el tren son un delito contra la integridad sexual. Muy pocas veces llegan a una denuncia. Pero, a veces, se concretan. Noventa y una mujeres se animaron durante el año pasado a denunciar esos actos vejatorios que parecen menores por no llegar a una penetración pero que responden a una idea masculina de propiedad sobre un cuerpo femenino que no les pertenece. Durante el 2012 el 8 por ciento de las 1138 intervenciones del equipo de violencia sexual del programa Las víctimas contra las violencias, del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, fueron en actos realizados en transportes públicos. En realidad, las mujeres que se atreven a denunciar son la excepción a la idea de que el manoseo cotidiano es tan normal como viajar mal, parados o apretados. Pero no es lo mismo y, mucho menos, que esa violencia comienza sobre las niñas apenas se desarrollan. Por eso, todas las estrategias de defensa: gritar, correrse, marcar el abuso, ser solidaria con otras mujeres, denunciar son una forma de desmontar esa violencia tan cotidiana como transportarse.
El 19 de marzo, se creó la página “Repudio a la campaña en vía pública de cerveza Schneider” en Facebook. La historia empezó así: “El 18 de marzo de marzo vi el cartel en Olivos y el 19 de marzo decidí sacarle una foto, y con Adolfo Rozenfeld, que somos de dos generaciones y dos sexos distintos, armamos la página. Fue impresionante el quilombo que se armó”, evalúa la teórica de arte Florencia Braga Menéndez. Ella, además, piensa que una de las peores frases de la publicidad era, justamente, la palabra perdón. “La forma de pedir disculpas es la misma de un golpeador de pedir disculpas. Es el momento previo a pegar una patada.” Perdón fue también lo que hizo la agencia Ogilvy –que ya había tenido problemas por avisos sexistas anteriores– después del repudio del Inadi y de las y los 5000 usuarios de Facebook. “El equipo de trabajo de Schneider está integrado tanto por hombres como por mujeres y lamentamos que el objetivo humorístico de la campaña haya sido interpretado de una forma alternativa. Sin embargo, decidimos remover esta pieza en particular que entendemos que podría ofender, molestar e incomodar.”
El realizador audiovisual y fotógrafo Adolfo Rozenfeld cuenta su experiencia: “Hace una semana no hubiera podido imaginarlo. Pero ayer me encontré en una reunión con autoridades de organismos estatales: los responsables de fiscalizar en cuestiones de discriminación, género y medios de comunicación. Y sentadas a mi lado, mujeres muy lúcidas que no se habían visto antes. Todas personas que habitan la categoría ‘gente que sabe mucho más que yo’. Y esto ocurrió porque, hace unos días, largamos con Florencia Braga Menéndez una página en Facebook. Fue algo muy espontáneo, y lo motorizó un sentido de complicidad. Queríamos canalizar la úlcera visual que nos había provocado una campaña publicitaria en la vía pública. Un afiche. Proponía trivializar el acoso callejero como conducta. Esta vez la violencia de género había atravesado las fronteras del Código Penal, pensamos. Invitamos a los amigos: resultó que éramos miles. Había una sedimentación silenciosa de hartazgo. Fue una construcción colectiva. Miles de mujeres que no quieren que las apoyen en un colectivo. Miles de hombres que no quieren que apoyen a sus hijas, hermanas y parejas. Todos sincronizados en la rapidez de reflejos. El Observatorio de la Discriminación en Radio y Televisión informó que nunca antes habían recibido tal cantidad de denuncias en tan poco tiempo. Las redes sociales, parece, podrían ser algo más que el lugar donde uno pasa el tiempo en el que nada pasa. En menos de un día, la cervecera Schneider y la agencia Ogilvy levantaron la campaña”.
Lo interesante es que en esa página se empezaron a contar historias que estaban arrinconadas en la garganta y empezaron a escupirse buscando en las palabras construir un relato en donde la solidaridad encuentre una forma de resistencia a los cuchillazos cotidianos, como la experiencia en Rosario de stickers que indicaban prohibido apoyar. También en el spot de la campaña de sensibilización en violencia de género del Area Mujer de Cancillería de la Nación, dirigido por Susana Nieri, se enmarca entre las formas de violencia de género a las apretadas en los trenes.
Mientras que en la obra de teatro Sentimientos sí y sentimientos no, escrita para poner en práctica la educación sexual y prevenir el abuso sexual, se enseña a las chicas a seguir sus sensaciones, a pedir ayuda o a reprocharles a sus acosadores, por más que les digan que no fueron o que ellas están locas, que no pueden usar su cuerpo como respaldo, y que confíen si se sienten incómodas en sus percepciones para gritar o pedir ayuda. Lo que para la publicidad era gracioso para muchas mujeres es, todavía, una mochila en la vía pública. Una mochila que, incluso, hace que dé miedo viajar o salir.
Daniela tiene hoy 44 años y se acuerda con detalle de la experiencia que vivió a los 12:
–Viajaba en el subte camino al colegio. El tipo se me pegó a sabiendas y ante la mirada de gente, lo cual incrementaba mi vergüenza. No pude gritar ni hacer nada. Yo me movía de lugar para evitarlo y el tipo se me volvía a pegar. Mi atención estaba dividida entre lo que sentía que el tipo hacía y una parte de mí quería negar y la sensación de vergüenza, de sentir que mi cara explotaba de roja y mi mirada suplicante para que alguien parara la situación. Mi vergüenza, la que siempre tuve, es no haber hecho nada.
Los acosos colectivos no pasan como los viajes cotidianos. Quedan como un recuerdo que marca. También porque muchas veces nadie se mete, a pesar de que está a la vista de todos. Y porque, como en otros delitos sexuales, la culpa se vuelve sobre la víctima.
“De grande, una vez, en tren de confesiones, se lo conté a mi mamá, y su respuesta hizo que yo agradeciera no habérselo contado cuando ocurrió. Mi vieja me dijo ‘si no gritaste o hiciste nada, es porque te gustó’. Me dolió que me dijera eso. Pero ya soy adulta. De niña me hubiera hecho mierda”, evalúa Daniela.
“Nos llegan denuncias de colectivos, transporte, trenes de abuso. El apoyo, toqueteo, manoseo o el roce queda como que no pasó a mayores y está tipificado en la ley como delitos contra la integridad sexual”, especifica Paola Rovediello, psicóloga y supervisora del equipo móvil de atención a víctimas de violencia sexual perteneciente al programa Las víctimas contra las violencias. “Cuando no hay consentimiento hay abuso sexual. Aunque se subestime o se minimice es un delito. Y la denuncia para reactivar los derechos de la mujer, para prevenir otro posible delito y para reparar la psiquis del hecho violento de la víctima y para reafirmar que no quede impune.” En el radio de la Capital Federal se puede llamar al 137 y las mujeres van a estar acompañadas frente a una denuncia y recibir asistencia psicoterapéutica. La psicóloga da una serie de estrategias posibles: “En principio, que reaccionen porque eso no es natural, que pidan ayuda a quien puedan, que puedan denunciar a la policía llamando para iniciar una denuncia de abuso sexual y que sepan que una mujer que es abusada no está sola”.
Joaquina puede poner algo de eso en práctica. “Tengo 27 años y me acuerdo como si fuera ayer de cuando tenía diez años. Pero aunque te sentís muy mal no es como cuando era chiquita. Sin ir más lejos, la semana pasada subí al tren en Retiro, me tocaron el culo y lo reinsulté poniéndolo en evidencia, saltaron unos chicos a defenderme y el tipo de la vergüenza se bajó del tren. Eso, con nueve años, no me animaba a hacerlo.”
Inti Tidball es cocoordinadora de Hollaback, una organización dedicada a combatir el acoso callejero en donde el 10 por ciento de los testimonios apuntan a vivencias en transporte público. Ella comparte un método de autodefensa verbal que consiste en una estrategia tripartita adonde 1) se describe lo más objetivamente posible lo que está pasando. Por ejemplo: “estás apoyando tu mano sobre mi pierna”/ “tocando el culo”/ “apoyando tu erección contra mis nalgas”); 2) se describe cómo eso nos afecta. Por ejemplo: “eso me pone muy incómoda”/ “me molesta”/ “me duele”/ “no me gusta”/ “me da rabia”; 3) se da una dirección concreta de qué es lo querés que pase, sin pedir disculpas, ni perdón ni dar explicaciones. Por ejemplo: “quiero que te corras”/ “que te bajes del bondi”/ “que saques tu mano”. Esto también se le puede decir a un tercero. Por ejemplo, al conductor del bondi: “Este hombre me está tocando la cola, me molesta, quiero que se baje ya”.
Las formas de defensa
Son una herramienta colectiva de resistencia para que pararse en el bondi no sea más una mala noticia sino una forma de dignidad y de apropiación de un cuerpo que deja de hacer contracciones ante cada frenada. Galatea cuenta una historia de cuando viajaba en La Plata tarde y con un colectivo casi vacío:
–Había una nena que tendría unos 12 años sentada en un asiento simple más o menos en el medio y yo iba en el último de la misma fila. Subió un tipo y se quedó parado. Se paró al lado de la nena y le empezó a apoyar el bulto en el brazo. La nena se iba corriendo hacia el vidrio y el tipo insistía... Bueno, no insistió por mucho tiempo porque yo le grité desde la otra punta del colectivo que veía lo que estaba haciendo y que la dejara tranquila. El tipo protestó un poco, pero como yo seguía mirándolo fijo entonces terminó bajándose. Nadie intervino, ni los dos otros pasajeros ni el chofer. Yo me acerqué a la nena y le dije que si le volvía a pasar una cosa así que se levantara y se alejara.
PAGINA 12 - Por Luciana Peker
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